domingo, 27 de noviembre de 2011

La lluvia

La lluvia

Un día agobiante, gris, anodino, de esos en que uno quisiera diluirse, desaparecer, fue elegido por la llovizna para hacerse presente en el pueblo. ¿A qué asomarse siquiera?... Lo extraño es que la decisión pareció unánime en la voluntad de cada uno de los habitantes de la aldea. Como un raro conjuro. Cada uno sintió más apego a su casa, a su almohada, a las habitaciones cerradas. Ni un rostro asomó para ver la mañana mojada y sucia como un cachorro.

Mientras, la llovizna crecía.

Pero Paula tenía una cita y toda la inquietud y deseos que parecían ausentes en los demás, se centraron en ella. No. Nada iba a desanimarla… Eligió la pollera azul y la camisa clara que a él le gustaban, peinó su largo pelo que cubrió con una chalina roja y decidió que igual iría al encuentro de su amor, allá, en la cabaña del montecito alto.

La lluvia fue una cascada rotunda sobre los techos.

Resonó como aquellos sonidos imprecisos que nos asustan en la infancia cuando, sorprendidos en la confiada entrega del sueño, nos vemos desprotegidos frente a un asalto por sorpresa. Son las manos de la lluvia que tiran pedradas en las ventanas y a nuestro miedo… Los pies de la lluvia que chapotean descalzos en el barro como niños alegres… Los ojos de la lluvia chorreando lagrimones enormes en los charcos y que al caer, forman globos un momento para luego estallar.

Paula y la lluvia mirándose a la cara. Midiendo sus fuerzas…

Germán despertó en la habitación humilde. Sus sentidos aún adormecidos por el sonido primigenio del agua, no le permitieron recordar al instante qué día tan especial sería hoy. Luego fue tomando conciencia de todo, miró a su alrededor y le dolió lo precario de su vida y su situación. Hubiera querido conquistar el mundo para ella; por eso se iría de allí a buscar la suerte que acá no tenía. No había trabajo suficiente en el pueblo para hombres como él: joven, fuerte, emprendedor. Pero volvería a buscarla. Porque Paula era el sol, y él iba a amarla ese día de lluvia.

El agua cantaba en las calles mientras el viento la despeinaba.

En esa hora lechosa de la mañana, el conjuro seguía cumpliéndose. Nadie acudió a sus tareas. El pueblo dormía.

Una capa oscura y brillosa dobló la esquina; no, no es fantasma ni fantoche, es mujer. Corre por momentos, su chalina roja se agita. También a ella el viento quiere despeinarla…La lluvia le da en la cara todas las cachetadas que le daría su madre si supiera dónde va. Pero ella sigue, ciega y feliz. El agua la acompaña, la envuelve, la traba, le nubla los ojos; es dulce y amarga a la vez.

Paula y la lluvia corren juntas. La lluvia –al fin– es mujer.

Noventa y seis horas llovió sobre la aldea. Hubo una represa que dejó de serlo, puentes que se quebraron, caminos que desaparecían bajo el paso del agua. Agua bendita y deseada a veces. Agua maldita y temida hoy. Su prepotencia arrasó todo intento de contención cuando el pueblo quiso –o pudo- reaccionar.

Fue una triste noticia más en los diarios capitalinos que rezaban:”Noventa y seis horas llovió sobre el pueblo norteño dejando un saldo de dos muertos y cuatrocientos cincuenta y ocho personas evacuadas. No se tiene certeza, pero se cree que puede haber incomunicados en cabañas de los montes más altos, a los aún no se ha podido hacer llegar las cuadrillas de rescate. La búsqueda continúa. Se solicita la colaboración de todos aquellos que puedan acercar su ayuda para paliar la penosa situación…”

Paula y Germán atizan el fuego, los últimos leños que aún pueden arder, se consumen espejando sus llamas en sus ojos tibios.

La lluvia quiere su parte. Lame suavemente la cabaña.

Porque intuye el amor tras esas paredes, llama a su puerta con golpes cada vez más débiles y llora muy quedo. No quiso ser violenta y a pesar suyo, llegó como un castigo. No fue amada ni trajo alegría, la tierra ya no quiere recibirla.

¿Oíste? Parece un llamado, nos van a rescatar, dice Paula.

Aún es la lluvia , mi amor. Mañana… será mañana.

La lluvia muere.

Se ahoga en su propio llanto desolado.

miryamseia@cablenet.com.ar

martes, 22 de noviembre de 2011


Precepto

"Ciruelo de mi puerta, si no volviese
yo, la primavera siempre volverá.
Tú, florece".
Anónimo japonés


Asegurarme el fulgor
de cada día
es arrogancia
que no asisto.
Cada especie sabe. Y consuma lo que sabe,
responde desde la obstinada memoria
de su origen
al aliento mismo del planeta.
Lo diverso convive y se entrelaza
en mágico precepto.
Yo sólo conozco mi incertidumbre.
Mi ser vulnerable
al filo exacto
de la daga.

Cuando ya no regrese
abraza mi silencio, árbol amigo
y cantaré contigo.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Nómbrame


Dibujo: Artista Plástica
Mirta Larcher de Molver


Nómbrame


Si tu voz no me rescata a tiempo
creo desaparecer de los espejos
como algo concluso e irreal
resuelta en lo fugaz.
Sin embargo
hay fechas y lugar y ciclos
que afirman mi existencia
en un espacio sobre tierra y bajo cielo,
donde formulo planteos y resuelvo
que puedo ser yo misma con mis credos.
¿Cómo explicarle entonces
a esta indefinifle ansiedad,
que no es necesario caber en otro pensamiento
para alcanzar la dimensión total?...
Existo porque siento.
Y la vida me sostiene
amarrada a sus tientos.
Elijo mi individualidad,
pero...
en nombre de mis miedos
te pido que no dejes de nombrarme.

Temo desaparecer de los espejos
y ser una piadosa mentira del tiempo.

martes, 15 de noviembre de 2011

domingo, 13 de noviembre de 2011

Viajar en un cuadro

Sábado por la tarde, a esa hora en que comienzan a llamar despacito las primeras sombras. Una llovizna insistente cae sobre el gris de la ciudad (¿o sobre el mío?). Mis pasos se adelantan por el largo corredor de la Galería de exhibición de cuadros. Decido dejar afuera mi desgano y disfrutar realmente de cada rectángulo de color y sugerencias que cada autor ha puesto en su creación. Me enseñaron a pararme a cierta distancia de un cuadro para apreciar mejor su perspectiva y voy aplicando el consejo frente a cada uno de ellos.
Aquí hay un óleo que refleja una marina; allá líneas, arcos entrelazándose en un nivel que brinda la sensación de un espacio sideral… Colores, formas, mundos que nacen de otros mundos interiores y que quieren expresarse en un lenguaje distinto. De pronto, algo me clava en mi sitio. Una sensación muy dulce, de reconocimiento me detiene frente a un cuadro que de tan simple, trasciende.
Es un viejo patio, un muro, un duraznero en flor y una niña jugando cerca del árbol. Eso es todo.
Ya no es sábado. Ni llueve. Ni yo en la Galería de cuadros…
Estoy en una vieja casa y hay sol. Y soy parte de la infancia; éste es mi patio… ¡Era tan bueno tenderse en la tierra y mirar el mundo desde la altura de los pastos! No sólo porque todo parecía más importante sino porque podía descubrir pequeñas vidas en las grietas de una piedra o entre las gramíneas; en las raíces del árbol que sobresalían en partes, o en un orificio en la tierra; pequeños habitantes que cabían en mis manos y que tal vez ¿quién sabe? a lo mejor pensaban y creían que yo era un gigante…
El patio tenía rumores, y olor de glicinas. Porque ese árbol hablaba de una estación de flores y también, simplemente, porque así lo sentía en mis cortos años que exigían belleza, colores, ilusión…
Miro el cuadro largamente y, aunque quiero, ya no veo los otros, éste ha calado muy hondo en el recuerdo de mi alma y agradezco íntimamente a quien así lo pintó, a quien rescató un puñado de cosas sencillas y entrañables que de algún modo me pertenecen aunque sean suyas.
Creo que se ha establecido ese puente de comunicación entre la obra del artista y el espectador. Sonrío cuando salgo al encuentro de la llovizna.

Al llegar a casa me encuentran misteriosa, sólo porque al preguntarme dónde había estado, contesté:
––En mi casa, jugando en el viejo patio, con mis nueve años
–– Ah, ¿sí? ¿Y quién te llevó?
–– Un cuadro. He viajado en un cuadro.